La fundación de la Congregación se atribuye a la intervención de la Santísima Virgen, a quien tenemos como Patrona bajo el título de su Inmaculado Corazón. Siendo y llamándonos Hijos de su Corazón, la veneramos con amor y confianza. Y nos entregamos a Ella para ser configurados con el misterio de Cristo y para cooperar con su oficio maternal en la misión apostólica.
El Inmaculado Corazón de María es la Patrona de la Congregación Claretiana. La expresión “Corazón de María” la interpretamos en un sentido bíblico: con esa expresión designamos la persona misma de santa María; su “ser” íntimo y único; el centro y la fuente de su vida interior; la actitud indivisa con la que amó a Dios y a los hermanos y se entregó intensamente a la obra de la salvación del Hijo.
El Corazón de María es modelo del “nuevo corazón” del hombre de la “nueva Alianza”. El Corazón de María que, llena de fe, de esperanza y de amor, recibió al Verbo de Dios, es llamado “mansión del Verbo” y también “santuario del Espíritu Santo”.
Su Corazón recibe los calificativos de inmaculado, es decir, inmune de la mancha del pecado; sabio, porque María conservaba en él el recuerdo de las palabras y de los acontecimientos relacionados con su Hijo y con el misterio de la salvación; dócil, porque se sometió de corazón a la voluntad del Señor; nuevo, revestido de la novedad de la gracia de Cristo; humilde, a imitación del Corazón de Cristo, “manso y humilde de corazón”; sencillo, libre de toda duplicidad e impregnado todo él del Espíritu de la verdad; limpio, o sea, capaz de ver a Dios, según la bienaventuranza del Señor; firme en la aceptación de la voluntad de Dios, incluso cuando llegó el momento de la muerte de su Hijo; dispuesto, ya que mientras Jesucristo estaba en el sepulcro, estuvo en vela esperando su resurrección.
De esta manera, contemplando el Corazón de María, queremos ser: «Un Hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa. Que desea eficazmente y procura por todos los medios encender a todos los hombres en el fuego del divino amor. Nada le arredra; se goza en las privaciones; aborda los trabajos; abraza los sacrificios; se complace en las calumnias; se alegra en los tormentos y dolores que sufre y se gloría en la cruz de Jesucristo. No piensa sino cómo seguirá e imitará a Cristo en orar, en trabajar, en sufrir, en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de los hombres.
En nuestra profesión religiosa nos consagramos a Dios y nos entregamos al Inmaculado Corazón de María para el ministerio de la salvación.
Queremos inspirar nuestra síntesis vital en María, que escucha atentamente la Palabra, la medita en su Corazón y se compromete activamente en los intereses del Reino. Como a Claret, María, por obra del Espíritu, nos configura con el Hijo, Evangelio de Dios. Ella es nuestra formadora y directora para la obra de la evangelización. «Vivió y vive enteramente consagrada al Padre en el Hijo por el Espíritu Santo, asociada estrechamente a la obra salvadora de Cristo y colocada
entre nosotros como prefiguración de la Iglesia, madre de los creyentes y auxilio universal de los hombres».
Bajo la acción materna de María aprendemos a acoger la Palabra, a darle un cuerpo de compromiso en la vida y a comunicarla con la misma presteza y generosidad con que Ella lo hiciera. Bajo su amparo crecemos en fraternidad, aprendemos la fortaleza de ánimo para los momentos difíciles. Mirando a María entendemos que el cambio que anhela el hombre se ha hecho ya realidad en Ella de manera privilegiada por la fuerza del Espíritu que la santificó y la convirtió Madre de Dios con nosotros. Su conciencia de mujer y de madre fueron
evangelizadoras en plenitud. La presencia de María en la familia claretiana deberá iluminar y dar fecundidad a nuestras respuestas urgentes y eficaces
como misioneros, servidores de la Palabra. Ella es la estrella de la evangelización y de nuestro servicio evangelizador a la Vida.
Iconografía del Corazón de María